domingo, 31 de julio de 2011

Inteligencia emocional


Es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. El término fue popularizado por Daniel Goleman, con su célebre libro Emotional Intelligence, publicado en 1995. Goleman estima que la inteligencia emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación y gestionar las relaciones.

La inteligencia emocional cobra validez en la actualidad cuando se asumen cambios de paradigmas. Anteriormente se tendía a considerar la inteligencia como un factor exclusivamente intelectual, totalmente desprendido de emoción. Recientemente surge la tendencia a considerar diferentes tipos de "inteligencias", entre ellas la emocional.

Sobre oír(nos) y escuchar(nos)

Si preguntamos por la diferencia entre estos términos, todos y todas quienes leemos este texto diferenciamos claramente entre uno y otro. Una de las claves entre oír y escuchar está en la atención prestada al mensaje de la otra parte, ya que se trata de un acto de voluntad por así decirlo; voluntad en cuanto a que cuando yo te escucho de verdad: me involucro en dirigir mi atención consciente hacia ti, tus palabras y lo que me están queriendo decir en conjunto, independientemente de lo que yo crea sobre ello.

Ahí reside una de las claves de la comunicación, proceso éste que frecuentemente, se convierte en incomunicación. Al decir incomunicación, nos referimos, por ejemplo a dos o más personas que hablan juntas pero en nada se escuchan, una espera a que la otra termine, pero en realidad, no se intercambian mensajes entre sí; y por tanto, tampoco se llegan a comunicar realmente.

Un clásico ejemplo-caricatura: dos personas conversan supuestamente, una explicando con pasión lo sucedido con su compañero de trabajo, y la otra ojeando un periódico, asegura que “sí le escucha”, a pesar de parecer más interesada en lo que dice la prensa. Es evidente que este tipo de escucha no sirve; es como si nos dejaran hablar para que nos desahoguemos sin otro objetivo.

Suponiendo otro caso donde, por ejemplo un padre y una madre debaten acerca de la hora de llegada de su hija de quince años, o un jefe de departamento negocia unas posibles horas extraordinarias con un empleado un tanto reacio a tal decisión; o cualquier otra situación en desacuerdo. Recordemos cualquier otra en la que hemos debatido, discutido, nos hemos enfadado. ¿Hemos sido capaces de ofrecer una escucha de calidad respecto a lo que la otra parte estaba indicando, o nos limitábamos a esperar que finalizara la intervención para espetar lo que estábamos conteniendo entre dientes?

Dicho de otra forma, muchas veces creemos que estar escuchando de verdad, estar prestando atención consciente –según lo comentado anteriormente-; por el verdadero deseo de acercarnos al mundo de la otra persona, o porque nos interesa, para conocer mejor al otro y así poder influir– estrategia habitual en el mundo de la publicidad, por ejemplo-; pero no lo logramos ciertamente. Es decir, incluso aunque estemos escuchando con todo nuestro corazón y con nuestra mejor intención, resulta complicado e incluso voluntarioso liberarnos de una especie de rumor interior. Rumor éste que no es sino el fruto de la frenética actividad de la cabeza, de los pensamientos que fluyen uno tras otro y nos mantienen ocupados. Y toda esta actividad mental, racional o de bombardeo cognitivo –por así decirlo-, genera interferencias que nos impiden concentrarnos en el discurso de la otra persona. Es como si, a medida que vamos escuchando e interpretando las palabras de quien nos habla, otra parte de nuestro yo comenzara a comentar el discurso, a modo de conversación paralela: “¡Pero qué dices!, ¿cómo pudiste volver a meter la pata? Si ya lo sabías …”, o también “Está claro a que su jefe no le importa demasiado…” por ejemplo. Entonces nuestra atención interna se encuentra, sin quererlo, divagando entre lo que nos están contando y lo que pensamos, o lo que creemos que habría que decir en ese caso, o en otra experiencia similar que en su día vivimos y deseamos compartir

En realidad, no es de extrañar que esto suceda: sucede incluso en contacto con una mismo. Cuántas veces nos pueden llegar una serie de mensajes, bien a modo de síntomas fisiológicos, de sensaciones, intuición u otro tipo de señal sinestésica. Y si no lo comprendemos, o puede que nos incomode, lo interpretamos o traducimos con cierta arbitrariedad: mediante mecanismos de defensa o cualquier otra estrategia que nos impideescucharnos de verdad. De darnos cuenta de lo que se nos está queriendo decir.

No pretendo reprender ni lamentarnos de lo mal que escuchamos; afortunadamente no siempre es así. Pero sí creo interesante reflexionar acerca de otras muchas veces en las que podríamos mejorar nuestra capacidad de escucha. Con los beneficios que ello nos reportaría tanto a nivel interpersonal, como también intrapersonal.

Un abrazo fraternal
Daniel Miccael Sais

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