lunes, 24 de septiembre de 2007

MIEDO

Por Alice A. Bailey


Si alguien me dice que nunca tiene miedo, sé que está mintiendo; de alguna cosa, en algún lugar, tiene miedo. No hay por qué avergonzarse de tener miedo y, con frecuencia, cuanto más desarrollada y más sensible es la persona, más numerosos son los tipos de miedo ante los que reacciona. Además de sus fobias específicas y de sus miedos personales característicos, las personas sensibles tienden a sintonizarse con los temores de los demás, con sus depresiones y sus pánicos. Están, por lo tanto, asimilando miedos que no les pertenecen, pero que no logran diferenciarlos de los suyos. Esto es una verdad muy terrible en esta época. Miedo y horror gobiernan al mundo, y las personas son fácilmente dominadas por el miedo. La guerra provoca miedo, y Alemania, con sus tácticas de terror, se aprovechó de esto e hizo todo lo posible para intensificar el terror en el mundo. Se necesitará mucho tiempo para erradicar el miedo, pero damos un paso en esa dirección cada vez que hablamos sobre seguridad y que trabajamos para lograrla.

Existen escuelas de pensamiento que enseñan que, cuando nos entregamos al miedo, este materializa aquello que tememos. Personalmente no lo creo, pues he pasado mi vida con todo tipo de miedo de cosas que nunca sucedieron y, como soy una pensadora bastante poderosa, seguramente habría materializado algo, si así fuese. Uno puede preguntar: "¿Cómo combatir el miedo?" Bueno, sólo puede decir lo que a mí me dio resultado. Jamás intento combatir el miedo. Asumo la actitud positiva de que si es necesario, viviré con mis miedos, y simplemente no les presto atención. No lucho contra ellos, no argumento conmigo misma; simplemente reconozco mis miedos. Creo que necesitamos aprender a aceptar realmente las cosas y a convivir con ellas como son, y no perder tanto tiempo luchando contra nosotros mismos debido a nuestros problemas individuales. Cuando intentamos ayudar, aprendemos más con los problemas ajenos; concentrarse en el servicio puede llevar - y realmente lleva - al olvido de sí.

Por otro lado, me he preguntado: "Por qué no debo tener miedo?" Todo el mundo tiene miedo, y ¿quién soy yo para estar eximida del destino común? Este mismo argumento se aplica a muchas cosas. Las escuelas de pensamiento que les dicen a las personas que porque son seres divinos deben estar libres del dolor, de la enfermedad de la pobreza, están induciéndolas al error. En su mayoría, estas escuelas son sinceras, pero ese énfasis es incorrecto, pues llevan a pensar que el bienestar material y la prosperidad tienen enorme importancia, y que ellas no sólo tienen derecho a esas cosas, sino que realmente las conseguirán si reafirman su divinidad - una divinidad que existe en ellas pero que no pueden expresarla porque les falta la evolución necesaria. ¿Por qué debería estar yo exenta de estas cosas, cuando toda la humanidad las está sufriendo? ¿Quién soy yo para ser rica, si ni la pobreza ni la riqueza realmente importan? ¿Quién soy yo para gozar de perfecta salud, cuando el destino de la humanidad, hoy en día, puede indicar algo diferente? Creo firmemente que cuando - por medio del proceso de evolución - pueda expresar por completo la divinidad que está en mí, entonces gozaré de perfecta salud. No me importará si soy rica o pobre, y no habrá diferencia si gozo o no de popularidad.

Me referí a este tema, de manera bien explícita, porque esas doctrinas equivocadas están entusiasmando la conciencia del público y probablemente lo llevarán a la desilución. Llegará el día en que seremos liberados de todos los males de la carne, pero cuando ello ocurra, ya habremos aprendido un sistema de valores diferente y no usaremos nuestros poderes divinos para obtener bienes materiales para nosotros mismos. Todas las cosas buenas estarán en manos de aquellos que vivan de forma inofensiva y que también demuestren bondad y consideración. Pero la palabra clave es inofensividad, y cada uno tiene que descubrir por sí mismo cuán difícil es ser inofensivo en palabras, acciones y pensamientos.

Autobiografía inconclusa
Editorial Fundación Lucis, Buenos Aires
Fuente: Boletín SEÑALES # 5/00 de Figueira

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