martes, 10 de octubre de 2006

Sanar al cuidador interno

Sanar al cuidador interno
Donna Evans-Strauss
 
Muchos de nosotros viajamos por la vida tomando responsabilidad sobre otros sin darnos cuenta de que esta actitud puede volverse una adicción por sí misma. A veces nuestras vidas parecen plenas y ricas cuando estamos al servicio de los demás mientras otras veces nos sentimos llenos de resentimiento, saturados y energéticamente drenados.
Todos hemos escuchado el término co-dependencia, que durante los 80 fue foco de atención de la psicoterapia. El trabajo se centraba en el estudio de gente que sufría de adicciones (desórdenes de salud mental, alcohol, drogas, adicción al trabajo, trastornos de la alimentación) y se crearon programas para familiares y amigos que habían aprendido patrones de conductas no saludables que apoyaban el comportamiento adictivo. A estas personas se les identificó como cuidadores, en el contexto del que facilita o promueve que esta actitud se perpetúe.
Aunque muchos no sufrimos de las adicciones antes descritas, muchas veces tenemos conductas adictivas que pasan inadvertidas, como ser cuidadores de otros o vivir con pensamientos negativos recurrentes que repercuten negativamente en las relaciones interpersonales.
A menudo las adicciones y comportamientos codependientes revelan la necesidad de llenar un vacío de amor incondicional y aceptación de nuestros padres o de quienes nos cuidaron de niños. El patrón de cuidar a otros puede encontrarse mucho tiempo atrás en nuestra infancia cuando nuestra madre (el otro) no fue bastante capaz de reflejarnos nuestras necesidades reales. Ante esta distorsión, el niño aprende a reflejarle a la madre lo que ella necesita en lugar de que sea ella quien lo haga. El patrón se establece en la psique y es sustentado por la búsqueda continua de maneras de satisfacer la necesidad inicial que no ha sido cubierta. Al paso del tiempo, esta cualidad de cuidar a los demás se convierte en un aspecto natural de la personalidad del individuo. La gratificación buscada al cuidar de otros es que el mundo externo nos quiera por lo que hacemos. Así ganamos la aprobación de los demás.
Es frecuente que en la infancia se cierren nuestros corazones con el dolor y la desesperación de que nuestras necesidades no son cubiertas. El dolor es tan fuerte que la imagen que se guarda debajo del dolor es que no somos dignos de ser amados. El odio por nosotros mismos y el rechazo por el otro se esconde en el inconciente y se enmascara con la actitud de cuidar a los demás. Es entonces cuando se establecen vínculos de amor negativo. Estos vínculos negativos son vistos como amor real por las personas que forman parte de esta relación afectiva; y por supuesto, dentro del ciclo de acciones y reacciones hay amor, porque todo está hecho de amor, pero por su naturaleza establecida en un vínculo de amor negativo este ciclo, lejos de brindar amor, recrea un vacío interno. En este caso, el adicto busca este vínculo negativo en lugar de buscar y experimentar el amor incondicional y primario que realmente nutre el amor por sí mismo.
Explicado de modo simple, nuestras emociones provocan que se produzcan ciertos químicos en nuestro cuerpo. El organismo se acostumbra instantáneamente a ellos, por lo que aprende a buscarlos y necesitarlos para sentirse mejor. Candence Pert en su libro Molecules of Emotion (Moléculas de la emoción) dice: “Tu cerebro está sumamente bien integrado con el resto de tu cuerpo en el nivel molecular, tanto que el término cerebro móvil es una apropiada descripción de la red psicosomática mediante la cual información inteligente viaja de un sistema a otro. Los neuropéptidos y los receptores, que son los bioquímicos de las emociones, actúan como mensajeros cargando información para unir los sistemas más importantes del cuerpo en una unidad que podemos llamar mente-cuerpo.”
Pert descubrió los sitios receptores del opio y de sus derivados mediante la experimentación con Naloxone, una droga potente que revierte el efecto de las sobredosis de heroína. El Naloxone quitaba a la heroína de los receptores ocupando su lugar. Usando esta analogía, es posible que las moléculas de la emoción reaccionen de la misma manera. Nuestros comportamientos habituales pueden realmente crear químicos en el cerebro que actúan como sustitutos de la emoción que originalmente se necesitaba.
Las personas que se vuelven cuidadoras o facilitadoras del comportamiento adictivo continúan encontrando experiencias que crean un ajuste bioquímico similar a aquel que lo hizo sentir tranquilo y complacido en la infancia. Sin embargo, debido a que en realidad no toca las emociones y la problemática de raíz, la persona permanece en un estado de falta de satisfacción y de descanso. Es entonces que el hábito o la adicción de ayudar a otros se establece en su lugar y la química corporal se convierte en un componente activo que sirve para mantener el patrón adictivo indefinidamente.
Así como un adicto a la heroína puede necesitar otro pase, el cuerpo del cuidador o facilitador necesita los químicos que le producen saciedad, incluso si estos químicos están relacionados con una conducta adaptada-no sana que el cuidador repite inconcientemente.
El proceso es similar a la teoría de estímulo-respuesta de Pavlov. Mediante el cambio de comportamiento (coordinando el sonido de una campana con comida), los perros de Pavlov aprendieron a salivar con el solo sonido de la campana. De una forma similar, el cuidador acoge señales no verbales del ambiente y responde de modo automático con comportamientos programados. Desafortunadamente puede estar tan desconectado de su capacidad de percibir su propia necesidad de amor, que aun en presencia del amor incondicional no lo reconoce. Los neurotransmisores no reconocen la señal de amor incondicional auténtico y no han entrenado a los sitios receptores para que lo reconozcan. Los neuropéptidos que sostienen la expresión incondicional del amor se mezclan con el comportamiento de cuidar a otros en lugar de llenarse de un sentimiento auténtico de sentirse querido y amado.
Desde el punto de vista áurico, la persona se defiende de su propio impulso por recibir. Muchas veces rechazamos el cariño y el amor auténtico que viene a nosotros. Nuestras defensas están activadas para protegernos para no sentir el dolor emocional que rodea el suceso de nuestra infancia en el que nuestras necesidades básicas no fueron cubiertas. Inconcientemente, esta imagen (memoria) y comportamiento se entremezclan con una carga emocional y una respuesta bioquímica. A un nivel celular (intención) se forma una creencia de que tener necesidades emocionales es doloroso y por ello se reprimen. La persona encuentra comportamientos alternativos y socialmente aceptables para reemplazar la necesidad original, forzándola aún más a que se esconda en el inconciente donde permanecerá dormida hasta que algún tipo de autoexploración profunda ocurra.
Los deseos, sueños y anhelos no cubiertos son una fuente primaria de dolor, resentimiento y autojuicio para la persona que se encarga de cuidar a los demás. Los anhelos personales son enterrados bajo una gran cantidad de excusas que incluyen cansancio emocional, físico y mental, así como bajo la culpa dirigida a los demás por la falta de apoyo, de dinero o tiempo.
 
Comúnmente los cuidadores se sienten incapaces de traer su propia pasión al mundo, aun cuando pueden lograr muchas cosas que otros no. Sin embargo, son muy capaces de ayudar a otros en sus pasiones y proyectos. Para el cuidador, toda la fuerza creadora de vida se encuentra atorada en un patrón de crear para otros, con la esperanza de recibir amor incondicional y teniendo como ganancia secundaria el control de sentirse necesitado y poderoso.
El vacío difícil de llenar se deriva últimamente de la incapacidad de nutrirse directamente de su propia esencia o mejor aún de la relación directa del cuidador con Dios y con la realización de su propia misión de vida.
Aprender a reconocer nuestras necesidades reales insatisfechas y nutrirnos a nosotros mismos de la fuente de energía divina sana la respuesta habitual de cuidar a los demás. Recibir nutrición del centro divino, la autoaceptación y el amor a uno mismo abre nuestro potencial ilimitado. Libera nuestro espíritu para amar y crear ilimitadamente.
Para poder convertirte en una persona completa, tus necesidades básicas deben construirse directamente del entendimiento de que tú eres sagrado y que eres una expresión del espíritu. Nada puede satisfacer este anhelo profundo que está grabado en el disco duro de tu sistema límbico. Cuidar tu relación con lo Divino trae completud y seguridad, lo que a su vez conecta el sistema límbico a una sana nutrición de amor. El amor humilde por uno mismo y la aceptación personal se vuelven un elixir sanador que nutre auténticamente el alma, soltando así los neuropéptidos al cerebro, lo que favorece el desapego a cualquier atadura relacionada con el ciclo de cuidar a los demás.

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